Mateo trabaja de conserje en un apartahotel de Madrid. A sus cincuentaypico años necesitaba algo de dinero para vivir mientras busca bolos para alguno de sus proyectos musicales: un duo artístico en que él interpreta fotografías al piano, y un amigo fotógrafo interpreta sus canciones, un trío musical africano-americano-europeo, y un cuarteto con los mismos músicos y además una corista.
Supongo que realmente Mateo no necesitaba un trabajo de verano por las noches en el barrio más castizo de la capital, podría hacer otras mil cosas, o incluso vivir con/de alguno de sus 4 hijos con diversas mujeres (aunque jamás se dejó casar con ninguna de ellas), pero tiene esa inquietud vital que le motiva a seguir conociendo gente diversa; y aquí se alojan estudiantes, trabajadores y turistas de todo el mundo.
Apenas llevo unos días alojado aquí, pero ya he charlado un par de veces con él. Quizás algún día salgamos a tomar algo para que me acabe de contar cómo se fue a los 20 años a trabajar a Nueva York (aun conserva el carnet yanki de la seguridad social que le acredita como saxofonista), el miedo y ansiedad que le vino 4 años después al aterrizar en la España de Franco, o su indignación y asco por la clase acomodada madrileña. Acomodada, sobretodo en el sentido más espiritual, anclados en la mentalidad del siglo XVI.
Mateo me recuerda la paradoja que encuentro, en cómo algunos amigos madrileños envidian Barcelona por su modernidad mientras ven que su ciudad se sigue hundiendo en la caspa más rancia. A la vez la ciudad condal no para de aceptar a regañadientes el gran empuje de los últimos años y el “todo lo que se queda” en Madrid mientras lo que critican es la ceguez nacionalista. El vivir entre las dos ciudades facilita ver que a la vez existe en ambas ciudades gente inquieta, y que es en realidad la misma incultura la que arrastra las masas, guiadas normalmente por medios, cada día más pueblerinos y simplistas (me refiero tanto a la Cope o el ABC como a TV3 y La Vanguardia). Finalmente la duda que me queda es si realmente se conseguirá salir alguna vez de este pozo. A pesar de tantos esfuerzos y tanta gente motivada por la modernidad, en la historia de este país han fallado ya tantísimos ilustrados que ya no sé si es que el español es, per se, tan fácilmente manipulable y borrego, o si realmente hay alguna posibilidad de avanzar. Al fin y al cabo, me temo que el problema es que hay demasiados interesados en que no evolucionemos…